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Es bien sabido por todos que hablo mucho, y por consecuencia, hablo de más. Intrigado por mi muy fluida manera de soltar la sopa nada más así por que si, me pregunto: ¿realmente no pienso lo que digo?
El proceso normal es algo como esto: Piensas, luego hablas. Piensas, luego hablas. Piensas, luego hablas. Pero en mi caso el proceso se altera a niveles como: hablas, hablas, hablas, hablas y luego piensas. Y cuando llego a la parte en la que pienso, generalmente es: ¡Chin! eso no debi de haberlo dicho, o ¡Chin! eso lo dije o sólo lo pensé, o ¡Chin! otra vez hablé de más.
Siempre he tenido miedo a perder la memoria, y entonces, cuando empiezo a pensar algo tengo que decirlo de manera urgente, es necesario que alguien lo sepa antes de que a mi se me olvide, y se me olvide para siempre. Así que para mí, hablar es un acto de compartir, un acto generoso, desesperado, pero generoso al fin.
Pero, el hecho de ser compartido no implica que los demás deban de fumarse mis comentarios sin ton ni son, por eso me puse como meta (por lo menos dentro de este blog), no hablar por hablar, o escribir por escribir.
PD. También es bien sabido por todos que soy muy flexible con mis promesas y que cuando quiero luchar contra mis propios demonios no hago más que hacerlos más notorios, así que preparense para una tormenta interminable de comentarios sin fundamento alguno, excepto que quiero decirlos, por que yo... pienso, luego (inmediatamente) hablo y después... me vale madre. Total, una vez fuera las cosas ya nos nos pertenecen.